Víctor Vielma Molina
Un texto literario es un llamado
singular de una o varias intenciones nacidas de su autor. Leerlo es un acto
re-creativo. Pero, “…escribir sobre un texto es producir otro texto; desde la primera
frase que el comentador articula queda falseada la tautología que sólo podía
subsistir al precio de su silencio”.[1] Relatar
es darle vida a la existencia de algo. La existencia, pareciera tender una
inevitable celada a los seres humanos. Su rostro enfático los lanza a ser
partícipes de su tragicomedia. Y éstos,
acosados por el empuje de las circunstancias, toman decisiones, que habrán de
marcar sus destinos. Y ante este acontecer ineludible, el escritor, siempre está
a la caza de la trayectoria y del resultado de estas decisiones. Jorge García
Tamayo, como novelista, no es una excepción. Cumple este papel a cabalidad. Producto
de esta caza y bajo el sello de la Editorial: el otro@el mismo; nos entrega dos
nuevas novelas: Ratones desnudos y El
año de la lepra.
La novela Ratones desnudos, empieza
por relatar el viaje a Ciudad Bolívar del periodista Hernando Salazar. Busca al
testigo clave que pueda informarle de las causas de la desaparición del
Instituto de Neurología y Psiquiatría creado en la “ciudad de fuego”. Va al
encuentro del científico Eduardo Soriano y sólo halla a un anciano hundido en
sus pesares y el alcohol. Al parecer en Soriano: “(…) existía una extraña
historia sobre unos ratones desnudos, sin pelos.”[2] Hernando
Salazar, a través de lo que queda de este personaje; viaja a otros, que van
dando pistas, testimonios y puntadas hasta pegar, retazo a retazo, la historia del
INP. Y, todo aparece, a manera de interesantes y excitantes biografías, de
relatos amenos, sustanciados con inusitada belleza literaria. Así es, esta
magnífica novela.
En la novela: El año de la Lepra, Jorge García Tamayo nos presenta al
inseguro escritor Alejo Plumacher, que tiene en mente una o varias historias
por narrar. Plumacher, busca los aportes de las narrativas de escritores
reconocidos como: Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Stefan Zweig, Sergio Ramírez,
Ednodio Quintero, Auster, Puig, Oswaldo Trejo, entre otros. Los analiza y
conoce de sus variadas técnicas y conocimientos; hasta que por fin, después de
dudas y escarceos del cómo iniciar la narración de esta novela, se lanza a
contarnos la historia o, para mejor decir, las historias que se entrecruzan en
un festín narrativo sin par.
El año de la lepra, es un recorrido
subyugante, acarreado por las experiencias de médicos investigadores y de sus
vidas henchidas de inusitadas historias personales. Es el prodigioso y tortuoso
viaje, hacia los procesos investigativos del paludismo, la fiebre amarilla y la lepra. Estos
personajes están imbuidos dentro de la atrayente narración de los impredecibles
amores entre el médico judío-polaco Silvestre Korzeniowski y Nadja Kovac. La
vida azarosa de los amores de la médico zuliana Ruht Romero y del frustrado escritor
Alejo Plumacher. O la insultante conspiración del espía bielorruso Dimitri
Yakolev, quien quiere apropiarse, para fines bélicos, de los resultados de las
investigaciones de médicos venezolanos en torno al micobacterium leprae. Toda la obra es un viaje que nos lleva de la caribeña
isla de Guadalupe a la isla Kaow, situada en la región oriental de la Guyana
Inglesa. Desde El Esequibo al lago Coquivacoa, justo al Leprocomio de la isla
de Providencia. Del Zulia a Caracas. De Caracas a Táriba, la “Perla del Torbes”
o a Ciudad Bolívar. Y en estas singladuras, bajo apasionantes descripciones y
narraciones literarias de gran esplendor, atraviesa, entre otras ciudades
europeas, a Polonia, Roma, Venecia o París.
Así, este magistral relator venezolano, narra la conflagración de
hombres que vivieron de la II Guerra
Mundial, el Holocausto judío y a los
grandes sacudones psíquicos que estos acontecimientos causan. En consecuencia, esta
novela, relata la trayectoria fascinante de personajes, que al huir de sus propias
tragedias, llegan a confundirse con la idiosincrasia de los pueblos; en entrega abnegada y pasión a
favor de la humanidad.
La novela Ratones desnudos, está
narrada con claridad y corrección. Sus personajes aparecen descritos bajo el
expresivo retrato de lo contextual y situacional. El controvertido doctor Carloni-Corso,
médico, que escala la posición de presidente del Instituto de Investigaciones
en Neurología y Psiquiatría (INP), embriagado por el poder político, deja al
instituto, gana la senaduría de la República, para terminar enredado en su
propia trampa, en detrimento de sí mismo y del INP. Seguidamente, aparece el
doctor Diego Carías, quien lo sustituye como director del INP. Diego Carías,
después de estar con su equipo, cercanos al éxito de la investigación
científica en torno a lo ratones desnudos, lo encontramos secuestrado en la cajuela de un coche. Allí, se nos aparece como la conciencia que va
surgiendo y revelando pormenores, de los por qués, de su situación comprometida
y sufriente. En esta novela, algunos personajes parecieran decirnos que hay que
vivir para la vida. Hay que verla,
olerla y saborearla en su médula, en su goce espléndido. Otros, aparecen
hundidos en problemas, errores personales, intrigas políticas o en la
esclavitud de sus sentidos. Son como seres desgastados, echados al rincón
kafkiano, mascullando la frustración y la soledad frente a una botella de licor
para anestesiar la memoria y al pasado. El viejo científico Eduardo Soriano, se
nos presenta como consciente evidencia, de lo que pudo suceder con el Instituto
de Investigaciones en Neurología y Psiquiatría (INP), de los escándalos y del caso de las investigaciones científicas
sobre ratones desnudos y festeja la visita del periodista Hernando Salazar,
diciéndole: “Estamos vivos, sí. (…) Cada uno con su drama, ha podido ver como
todo ha desaparecido, se ha hecho escombros, ruido, moho. Hemos llegado a un
deterioro abominable, y con nosotros como si fuéramos chatarra, más de un
centenar de costosísimos equipos supersofisticados, todos ahora inservibles,
hum, ¡jajá! Sí, pero estamos vivos ¡Maldita sea! Sí. Respiramos, y al menos
esta vaina de sobrevivir, vale para que le pueda relatar esta historia…”[3] Más
adelante, el doctor Soriano, nos narra las vicisitudes que sufrió el científico
Fernández Morán, a causa del sin sentido de las diatribas políticas, la
incomprensión y del exilio que acabaron con los sueños y proyectos, de este venezolano ejemplar, a
favor de la medicina investigativa del país.
En El año de la lepra, aparecen personajes,
marcados por lo trágico. Pareciera, que cada uno fabricara sus propias
trampas, para caer en ellas. Como el caso del cura Omar Yagüe Oliva ante el inconveniente general retirado
Alcides Henares. En este tráfago, en
esta agonía, encontramos la conspiración y el espionaje del bielorruso Dimitri
Yakolev. Al enigmático Jaim Grudzinsky, agente de la CIA, traficante de armas,
desleal amigo y rival del doctor Silvestre Korzeniowski. O la sublime, dolorosa y seductora historia
de amor del joven oficial Monsieur ¨Papillón¨ y Cristina, ocurrida en la
paradisíaca isla de Guadalupe.
La novela, El año de la lepra, está
promediada de personajes que se dan al trabajo creador, al servicio del prójimo
y crecen como seres auténticamente útiles. Y los menos, desde la perfidia,
destacan por su ambición y codicia. Esto es, se aprovechan de la dominante
“ética del individuo”, de la que nos habla el filósofo Franz Hinkelammert.
Enfermedad social del sujeto que se abre para destruir nuestras formas de ser,
dar campo al egoísmo, al delito y al desarraigo, “que tienen como principio
axial aquello de: yo vivo si te derroto a ti.”[4] Pero seguidamente, surgen los personajes, que
por su ejemplo moral, militantes del amor y de las virtudes, confrontan lo antiético.
Qué como figuras emblemáticas, se sitúan en “La ética del sujeto”.[5] Que
no es más que aquella virtud que rompe el “ensimismamiento del individuo y su
ética” con el depurativo actuar del: “yo vivo si tu vives”.[6] Así
se centran los casos de los médicos investigadores: Luis Daniel Beauperhuy,
conocido como: “el médico de Cumaná”, del judío Silvestre Korzeniowski, de Arístides
Sarmiento, de Víctor Pitaluga y la doctora Ruth Romero. Su tiempo narrativo se
desplaza desde el primer tercio del siglo XIX al presente, donde muchos
personajes de la vida real saltan al espacio novelesco por sus atrayentes
ejecutorias. Pero, hemos de advertir, que en la atmósfera y espacio donde se
mueven los personajes, está la tentación de un sistema político corrompido que
impele al vicio. Allí no está la realidad al calco. Y con ello, pretendemos
decir, que si la realidad es inimitable, ésta, sólo en la ficción novelesca,
puede, con el ímpetu de la imaginación del narrador, ser superada. Así es la
virtud narrativa de García Tamayo. Puesto que una novela es, como quererse
mirar al espejo, mirando a los demás. Es un espejo que se busca
inagotablemente; para verse instalado en otro mundo. Es, a su vez, un cambio de
espejo; que acepta la alteridad. Es una total búsqueda para despertar
despierto. Para decir verdad, toda novela, de algún modo, plantea una utopía; para
llegar a la topía, que es el mundo del autor; que jamás será el narrador.
En las novelas Ratones desnudos y
El año de la lepra, la intriga se hace una infatigable presencia en la trama. Ésta
navega sin dejar incólumes a sus personajes. Pasa por el minucioso quehacer de
los seguidores de Hipócrates y los avatares de la investigación científico-médica.
Allí, donde unos buscan, desde el resultado del avance de sus investigaciones,
servir a la humanidad. Por paradoja, otros, están a la saga, para la burla previa
ante el éxito o el fracaso de los avances científicos; porque es cuesta arriba
sopesar que el vecino sea un genio. Los más perversos buscan sus resultados para
utilizarlos como arma bacteriológica. Y quienes no pueden resolver sus
conflictos personales, se precipitan en el paroxismo de la caída cierta de sus
destinos. Pero aparecen, aquellos que, desde sus investiduras políticas,
militares, sociales o religiosas se aprovechan del desorden gubernamental, para
atesorarse de lo indebido. O para hundirse en la molicie, el vicio y los
desdenes de no llegar a nada como muchos de los personajes de la novela Ratones
desnudos, que al entrar al cargo del Instituto de Investigaciones, se van
perdiendo entre la política mal asimilada, sus debilidades y problemas personales,
hasta propiciar el estancamiento o destrucción de lo que administran.
El autor, en cada novela inserta
varios relatos, que pudieran por sí mismos, ser una novela; De esta manera se conjugan
en lo medular, hasta constituirse en un solo cuerpo literario. Así, son las
estructuras de: Ratones desnudos y El año de la lepra. En ellas van de la mano la ficción y la
supuesta realidad. Cruce de intrigas amorosas y políticas. Espionaje, conspiraciones,
vidas refutables de tránsfugas y saltimbanquis de la política y de la iglesia.
Buscadores de fortuna fácil en connivencia con políticos y burócratas laxos y
proclives a la complicidad maleva. Y entre la mixtura de traidores, estafadores
y operadores de la corrupción, -todo no está perdido-. En ese marasmo de disolutos,
crápulas y licenciosos, surgen otros
personajes, que a duras penas, viven en la virtud del término medio, casi
aristotélico, sin caer en la decadencia. En otras palabras: en medio del lastre
y las miserias humanas encontramos personajes de alto contenido ético, amantes
de la vida, el trabajo, el estudio y la investigación, que intentan pasar el
pantano sin mácula y ser útiles al
prójimo. Son la expresión de la “Ética del sujeto”[7]
El año de la lepra, es ficción
que recoge el acontecer socio-político nacional y mundial, sin desprenderse del
registro literario. Si la realidad es comparable a novela; la ficción la
sustrae. Allí, la ficción es un girar, un ir y venir por la tragedia y las
grandes conflagraciones mundiales y los asuntos domésticos del hombre dentro de
su entorno social. Donde algunos personajes, parecieran quedarse debajo de un
cedazo y pocos lo atraviesan para ascender a otro escenario. A ese, casi
imposible escenario, donde milagrosamente se puede salir indemne y resurgir
desde las mismas cenizas. La ficción,
juega a los vericuetos de la cicuela, que es ese juego venezolano, donde el narrador se coloca a distancia, para
atinar a que la bola creativa entre en la abertura que tiene el número más alto
de los andamios de la imaginación. Es justo allí, donde la narración, lo
reiteramos, se hace más que la realidad. Este es el estilo narrativo de Jorge
García Tamayo.
En las novelas Ratones desnudos y El año de la lepra, los personajes lastiman
las llagas del cuerpo político-social. Puesto que, los personajes, al
encontrarse con la deflagración de sus vidas, van más allá de su propio
infierno e impactan al lector. Todo su cuerpo literario, es recuperación de la
memoria o, simplemente, rememoración y reconocimiento. En otros casos la narración
se torna en acerba denuncia contra los grandes proyectos gubernamentales que no
llegan a nada. Los personajes virtuosos demuestran, desde sus vidas ejemplares,
que en mucho, son víctimas de quienes viven de la apariencia y de la
perversidad. Señalan, los meandros sociales y políticos que siembran la
decadencia.
Parte de la tragedia de los
escritores está, en no poder eludir en sus reacciones, el acontecer de sus vidas
personales con su entorno vital. Nuestro novelista, en su bienaventurado semblante
como narrador, no deja de desvelar lo autobiográfico ni de simular la ocultación
de personajes que se movieron o moran en su realidad, sumidos en el olvido o en
el anonimato. Por ello, el mismo novelista expresa, que todo: ¨... conviene
catalogarlo como una novela y por lo, tanto, en su mayor parte pertenece al
territorio de la ficción.¨
El novelista Jorge García Tamayo,
a lo largo de su vida como médico, científico, cuentista, columnista, pintor,
cinéfilo y melómano. Sabe, como J.A. Greimas, “que las estructuras lingüísticas
del relato resultan ser, en el plano de las manifestaciones narrativas, la
transposición o el correlato de las
estructuras narrativas fundamentales.”[8]
Por ello, no hace más que valerse de la narración, para contarnos, a través de sus
personajes, el mundo que ama y el infierno que rechaza. Como en el caso de su
galardonada novela Escribir en La Habana (1994), o en su intrincada obra, La
peste loca (1977). La vida de investigador científico y médico en ejercicio, de
docente y pintor destacan en su laureada obra Para subir al cielo… (1998). La condición
de cronista de la medicina, escritor y amante de la historia política del país son
contenido en El Movedizo encaje de los uveros (2003), la Entropía tropical
(2003), y en estas dos novelas recientes, Ratones desnudos (2012) y El año de
la lepra (2012), todos los hechos se encuentran concertados al mundo del
novelista Jorge García Tamayo.
[1]
TODOROV, Tzevetan.
Literatura y significación. Editorial Planeta. S. A. 1971. Barcelona. España.
Pág. 175.
[2]
GARCÍA TAMAYO, Jorge. Ratones
desnudos. Ediciones El otro, el mismo. Colección Salvador Garmendia. 2012.
Colombia. Páginas 13-14.
[3] GARCÍA TAMAYO,
Jorge. Ratones desnudos. Ediciones El otro, el mismo. Colección Salvador
Garmendia. 2012. Colombia. Pág. 97.
[4]HINKELAMMERT, Franz.
Hacía una crítica de la razón mítica.
El laberinto de la modernidad. Materiales para la discusión. Fundación
Editorial el perro y la rana. Caracas. 2008. Pág. 46.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] HINKELAMMERT, Franz.
Hacía una crítica de la razón mítica.
El laberinto de la modernidad. Materiales para la discusión. Fundación
Editorial el perro y la rana. Caracas. 2008. Pág. 46.
[8] GREIMAS, Algirdas Julien. En torno al sentido. Editorial Fragua.
1973. Madrid. Páginas 186-187.
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